viernes, 19 de abril de 2013

~2 ¡Já! ¡Cambios! ~


Abrí los ojos, aturdida. Necesité unos cuantos segundos para darme cuenta de que el pitido que me impedía dormir, era el despertador. Tanteé la mesilla y lo apagué de un manotazo.
Odiando con toda mi alma el tener  que levantarme, me froté los ojos con los puños y me incorporé en la cama. Me sentía extrañamente incómoda ¿Por qué… seguía con  la ropa de ayer? De repente, mi cabeza me recordó al chico con el que tuve un encontronazo ayer ¿Habría… cambiado algo en mí como él afirmaba?

Me levanté de la cama con mayor velocidad de la habitual y bajé al baño para mirarme al espejo ¿Había algún cambio? Yo seguía viendo a la misma chica normalucha, con una melena larga y espesa, de un castaño ceniza, ondulada y despeinada (para variar). Mis ojos seguían siendo azul oscuro, que aun siendo grandes, ahora yacían entrecerrados a causa de la luz y algo tapados por el flequillo ladeado. Mi rostro mantenía sus rasgos aniñados, a pesar de que este año se me habían afilado un poco. La nariz estaba en su sitio y los labios seguían delgados y ahora se curvaban hacia abajo, en una expresión de “quiero dormir”. Por lo que podía apreciar, tampoco había crecido ya que mi baja estatura no parecía sustancialmente cambiada. Vamos, que era yo, pero con cara de recién levantada.

Abrí el grifo y me lavé la cara ¡Báh, cambios! ¡A saber lo colgado que iría el tipo ese! Y sin embargo… me dio la sensación de que se encontraba en su sano juicio. Eso era lo que me hacía dudar… ¡Irene, no seas idiota! ¡Ese imbécil quiso gastarte una broma, y punto!

Volví a mi habitación, ya “peinada” (simplemente me puse una diadema y listo) y abrí la ventana, que era un tragaluz, para que se ventilase el cuarto. Abrí el armario y cogí lo primero que pillé: unos vaqueros, una camiseta de manga corta lisa y una chaqueta marrón que me daba mucho calorcito. Me puse las deportivas azules, hice la cama y cogí la mochila.
Bajé a la cocina, y en las escaleras, me encontré a Michin, nuestro gatito a rayas naranjas y blancas. Me paré unos segundos y le rasqué detrás de la oreja. Comenzó a ronronear pero tuve que abandonarle. Entré en la cocina, donde mi madre ya estaba fregando el desayuno.
 - Buenos días – dije con cautela, mientras vertía leche en un vaso.
 - Buenos días – contestó mi madre, con brusquedad. Sonó como esperaba que sonaría. Enfadada – Tienes que llevar a Nerea al colegio
 - Pero… es que no me da tiempo – dije, a sabiendas de que esta escusa no iba a funcionar, a pesar de que fuera cierta.
 - Recuerda que estás castigada, así que harás lo que yo te mande – me dirigió una mirada fulminante y a partir de ahí, sólo abrí la boca para comer una tostada. Que no os parezca raro que mi hermana de cinco años entre a clase a la misma hora que yo, es que va a un programa de madrugadores porque a mi madre le es imposible llevarla a las nueve a clase.

Algún día conseguiré el superpoder de mi madre. Ese de que con una simple mirada podía hacerte obedecer cualquier cosa que pidiera. No con gusto se obedece, claro, pero siempre se hace lo que ordena. La verdad es que tiene un carácter muy fuerte. Puede parecer muy dulce, con esa mirada maternal que aparece cuando juega con Nerea y toda su figura parece irradiar amabilidad… pero cuando sube a mi cuarto y ve algo desordenado… eso puede acabar peor que una Tercera Guerra Mundial. Aunque es cierto que al ejercer de abogada, esta fiereza es muy necesaria. Sí, mi madre trabaja en un bufete. Y he de advertiros de que no parece ser tan emocionante como lo pintan en las series. No digo que mi madre no se enfrente a importantes casos que le hagan cuestionarse su moral, o incluso su seguridad. Pero desde luego no trae a casa un tío buenorro cada semana. Y no será porque no es guapa. A pesar de sus cuarenta y pico (son cuarenta y ocho, pero no le gusta que hablen de ello) mi madre conserva un pelo fuerte y castaño con apenas canas, sus rasgos todavía no tenían arrugas marcadas y su figura se mantenía bastante bien, teniendo en cuenta que ha pasado por dos embarazos. Pero lo que continuaba lleno de vida en ella, eran sus ojos castaños, tan grandes y voraces.

Salió de la cocina y se despidió de Nerea con un beso y un “que te lo pases muy bien en el cole”. Cogió la gabardina, me dirigió una mirada fría y se marchó. Tras el portazo, suspiré con fuerza. Odio las mañanas. Un maullido de Michin me corroboró que a él tampoco le gustaban mucho.
Apuré el vaso de leche y fui al salón, donde mi hermana intentaba atarse los cordones.
 - Venga Nerea, si no te das prisa, llegaremos tarde – me senté a su lado y esperé pacientemente a que se atara los cordones. Se mordía la lengua y este gesto iba a juego con su carita de concentración.
 - Ya casi… - sonreí al contemplar cómo sus pequeños dedos se enredaban con los cordones.
 - ¿Seguro? ¿No quieres que te ayude? – negó levemente con la cabeza y ello hizo que sus ricitos dorados se agitaran con gracia. Nerea podía llegar a ser realmente molesta, como cuando hay que ir a buscarla al colegio o cuando le entra un berrinche porque no quiere irse a la cama. Pero he de admitir, que es la cosa más mona del mundo ¡Que conste que si alguien pregunta si he dicho esto, lo negaré!
 - ¡Ya está! – exclamó con su voz infantil y sus ojos castaños (herencia materna), llenos de emoción.
 - Pues en marcha. Coge la cartera y el almuerzo y nos vamos – fuimos hasta la cocina, Nerea cogió su bocadillo y el maletín y yo mi mochila de dos toneladas y media.

Le di la mano y salimos de casa. Miré el reloj y supe que iba a llegar tarde a clase, cinco minutos mínimo. Pero bueno, con un poco de suerte se retrasaría el profesor.
 - No vayas tan rápido, Ire ¡Que me canso! – se quejó Nerea, mientras seguía mis pasos con algo de torpeza. Suspiré y aminoré la marcha.
 - Perdona – continuamos atajando por bocacalles hasta llegar al edificio. No era para nada una megaestructura. El colegio era más bien pequeño, acogedor diría yo. Tiene dos pisos y las ventanas están decoradas con dibujos, algunos más infantiles que otros. Una marea de padres con sus hijos se apresuraban a llegar a la puerta principal y yo, como hermana responsable que soy, acompañé a Nerea hasta el interior – Pásatelo bien ¿Vale? Aprovecha ahora, que puedes.
 - ¡Sí, me lo voy a pasar en grande! – reí y me arrodillé para besarle en la mejilla sonrosada
 - Adiós – me levanté y antes de que pudiera irme, ya había corrido hasta el aula. Qué demonios ¡Esa niña era la envidia de preescolar! Siempre riendo y jugando. Podía llegar a ser agotadora y hasta pesada. Pero me temo que no la cambiaría.

Salí del hall esquivando padres y niños y corrí en dirección al instituto. Claro, dicho así, suena fácil ¡Incluso prosaico! Pero no, amigos. Correr con dos toneladas y media de mochila lleva años de experiencia. Bueno, experiencia en llegar siempre tarde ¡Ese es mi superpoder!
Cuando pensé que mi estómago iba a expulsar el reciente desayuno, vi a Nick a unos pocos metros delante de mí. Dejé de correr y me acerqué por detrás a pasos veloces. Calculé bien, me aproximé aún más con sigilo y enganché mi pie en su pierna derecha. Como era de esperar, ya que mis zancadillas eran auténticas obras de arte, Nick se tropezó y estuvo a punto de caer al suelo.
 - ¡Buenos días! – vi dibujada en su cara la expresión de “¿Pero qué mierdas te he hecho yo?”, hasta que me reconoció y quiso matarme al instante.
 - ¡Eres imbécil! – intentó darme una colleja, pero la esquivé gracias a mis tácticas ninja - ¡Me podía haber partido la crisma!
- Veo que has captado a la perfección la idea que yo tenía en mente – le saqué la lengua y me reí, caminando a su lado a una distancia prudente.
- Me vengaré, un día me vengaré y lamentarás todo esto – me miró aún visiblemente enfadado. Sabía que eso no era verdad, porque enseguida se le olvidaría que le había puesto la zancadilla. Nick era así ¿Qué cómo era Nick exactamente? Pues Nicolás, Nick para los amigos o para los vagos que pasan de decir su nombre completo, tenía el pelo castaño oscuro ni corto ni largo, la verdad es que descuidaba bastante este tipo de cosas, como yo. No era lo que se dice atractivo hasta la médula, pero eso parecía no ser un gran problema ya que poseía unos ojos verdes que ya se han llevado de calle a más de una. Medía un palmo más que yo y eso que el verano pasado ambos teníamos la misma altura. Y todavía teníamos catorce años. Esto se traduce en que pronto me sacará dos palmos… Odio ser baja. Por lo demás, Nick es un chico bastante normal. Es divertido, bromea, es tranquilo… no sé muy bien cómo describíroslo porque necesitaría demasiadas hojas. Es mi mejor amigo, así que tengo ingentes cantidades de información sobre su persona. Pero creo que para comenzar, esto basta.

Caminamos deprisa e intercambiamos algún comentario sobre la serie que pusieron  anoche.
Cuando miré mi reloj ya eran y treinta y cinco, pero gracias a dios, ya estábamos pasando por la puerta. Y cuál fue nuestra grata sorpresa cuando vimos a nuestros compañeros esperando en la puerta del aula a que el profesor llegara.
 - Toma ya, hemos llegado incluso antes que el profesor ¡Eso se merece un choca esos cinco! – Nick alzó la mano y yo le choqué los cinco. Porque tenía razón, había sido digno de una leyenda.
 - Sabes que esto no nos va a volver a pasar ¿No? – Nick alzó la cabeza y caminó con “dignidad”
 - Pst, qué sabrás tú – sonreí y puse los ojos en blanco. Le seguí hasta donde estaban nuestros dos amigos Silvia y Alex ¿Verdad que suenan bien estos nombres juntos? Pues Nick y yo llevamos años intentando que esos dos se digan que se gustan, pero siempre hemos fracasado.
 - ¡Qué proeza! ¡Qué acto digno de un semidiós! ¡Habéis llegado antes que el profesor! – Alex y Silvia aplaudieron al unísono y Nick y yo hicimos reverencias.
 - Gracias, gracias, si quieren autógrafos hablen con nuestro mánager, es que las agendas de unos héroes como nosotros están demasiado apretadas – dejé caer con solemnidad mientras me sentaba en el banco, al lado de Alex.
 - ¡Oh! ¡Qué magnífico privilegio! ¡Su majestad ha tenido la bondad de compartir asiento con un plebeyo como yo! – apoyé la cabeza en su hombro y cerré los ojos, esperando poder dormir unos minutitos más.
 - No seas tonto. Sé que te encanta – Alex se acordó de algo que le tenía que decir a Nick y comenzaron a hablar los tres mientras yo intentaba conciliar el sueño. Este era mi grupo de amigos. El más cercano, quiero decir. Llevamos juntos desde primaria y desde entonces somos inseparables.

Silvia era la guapa. Más que nada, porque era más guapa que yo y sólo somos dos chicas en el grupo. Pero aparte de eso, Silvia tenía una elegancia natural que la acompañaba siempre y más aún cuando tocaba el cello. Con su coleta alta y rubia y sus ojos almendrados nunca pasaría desapercibida. Cuando la conoces más, sabes que en el fondo también le encanta bromear y que es una chica muy risueña. Con ella había compartido todos mis secretos… bueno, todos los secretos que se pueden tener con catorce años. Y Alex era el guapo. Pero no sólo el guapo del grupo. Alex era el guapo de tercero, con su melena brillante y castaña y sus ojos oscuros. Bueno, no os vayáis a pensar que estoy perdidamente enamorada de él y por eso os lo describo de esta manera. No, estoy siendo realista. Y es que Alex tiene loquitas a todas, no sólo por su físico, sino porque además es un tío simpático ¿Qué más se puede pedir? Pero yo tengo mi irrefutable teoría de que el destino de Alex no es estar con ninguna cualquiera, sino con Silvia.
Alex movió el hombro hacia arriba y me hizo levantar la cabeza de él.
 - ¡Te vas a quedar sopa! – se levantó y siguió al resto, que estaban entrando ya en el aula. Mierda, había estado a punto de dormirme.
 - No quiero entrar… - dije y después sollocé levemente. Me levanté sin ganas y entré a clase, con todos los demás, para seguir con la rutina de todos los días.
Eso es, yo seguía con mi rutina. Parezco imbécil haciéndole caso a cualquier yonki que me para por la calle a las once de la noche. No se había producido ningún tipo de cambio. Y era mejor así.


domingo, 14 de abril de 2013

~ 1 ¿Me estás tomando el pelo?~

Corría calle abajo, había llovido y el suelo estaba mojado. Pero tenía que seguir corriendo.
¿El motivo? Legaba tarde a casa y mi madre era muy estricta en cuanto a la hora de llegada. Pensareis que soy una exagerada, o directamente estúpida, pero creedme cuando os digo que no exagero en lo más mínimo, es más, se han dado casos en los que mi madre me ha castigado por llegar cinco minutos tarde.
Ya eran casi las diez y media y aún me faltaba un buen tramo para llegar a mi ansiado destino.
Apuré el paso todo lo que pude.
Me ardían tanto los pulmones que apenas sí podía respirar, mis piernas parecían estar a punto de quebrarse. Odio correr.
Intenté distraerme con cualquier cosa, pero no resultó ser muy buena idea. Me choqué contra algo y caí al suelo.
-¡Genial!- me había calado entera y mis pantalones, antes azules, ahora eran marrones.
-Pues si esto te parece genial conozco un lodazal que te encantaría.
Mire al frente y vi al chico contra el que me había chocado. Era un joven de unos veinte años aproximadamente. Tenía el pelo completamente blanco, lo cual me llamó mucho la atención teniendo en cuenta que sus ojos marrones delataban que no era albino. 
-Lo siento mucho.
Me levanté con toda la dignidad que pude reunir, que no era mucha.
-No te había visto, lo lamento muchísimo, si hay alguna...
-¿Irene?-El chico se me quedó mirando cómo esperando una reacción por mi parte.
-¿Co...co...cómo...?- dejé la pregunta suspendida en el aire y comencé a correr aún más rápido que antes, si es que es posible.
Cómo narices sabía ese chico mi nombre, yo no conocía a nadie así, ni siquiera de esa edad.
Comencé a correr sin rumbo fijo, dato del cual no me dí ni cuenta hasta que me fijé en que me había metido en un callejón sin salida.
Me dí la vuelta lo más rápidamente posible esperando que el chico no me hubiera perseguido, pero cómo no, nada podía salir como yo deseaba.
-Si te acercas gritaré.
-Una gran amenaza pero, si aceptas un consejo, será mejor que no la utilices mucho. Créeme, si alguien quiere hacerte daño no vas a conseguir disuadirle con un gritito de niñata.
Será hijo de...
-¿Cómo sabes mi nombre?
-Digamos, por decirlo de algún modo, que ya nos conocíamos.
-¿Eres un acosador?
Mi pregunta no le podía haber dejado más descolocado.
-¿Que si soy qué?- su cara en estos momentos era todo un poema- créeme, si lo fuera no gastaría mi precioso tiempo contigo.
-Rodrigo, tenemos que irnos ya, date prisa y deja de hacer el tonto - una chica apareció tras el que parecía llamarse Rodrigo.
La chica me dio cierto grado de tranquilidad, al menos sabía que no me iba a violar, como mucho sería un secuestro. Era de estatura media y delgada. Tenía el pelo completamente blanco al igual que Rodrigo, ¿Sería alguna nueva moda? Sus ojos eran de un azul muy claro.
-Cuando notes los cambios llámame- me lanzó una tarjeta con su número de teléfono y su móvil.
-¿Qué cambios? - cogí la tarjeta con desconfianza. 
-Ya lo verás.
Ambos desaparecieron sin mirar atrás.
Acababa de vivir la situación más extraña de mi vida y no sabía si reírme o preocuparme de verdad.
De repente me acordé, llegaba ya tarde a casa, eran ya casi las once y mi madre definitivamente me iba a matar.

Abrí la puerta de casa lo más sigilosamente que pude, pero mi madre estaba allí esperándome. Que grata sorpresa. 
-¿Se puede saber qué narices has estado haciendo para llegar tan tarde?-habló en voz baja para no despertar a mi hermana, pero para mí es como que hubiera gritado, porque detrás de esas palabras había una gran verdad escondida: estaba castigada.
-Lo siento, no ha sido mi culpa, cuando venía hacia aquí me he encontrado a un chico que parecía conocerme y me he puesto a correr y...- mi madre me miró con cara de "estás mintiendo" - ¿No me crees?
-Ya estoy más que harta de tus bromitas y tus mentiras.
-¡No miento!, ¿Y si me hubiera raptado?
-No levantes la voz y vete a tu cuarto, estás castigada.
Hice lo que mandó, sabía de sobra que llegado este punto ya no había nada que yo pudiera hacer.
Subí las escaleras de lo que un día fue un sótano, mi actual cuarto.
Me tiré sobre la cama sin siquiera quitarme las zapatillas y rápidamente me quedé dormida, había sido un día agotador.