Abrí los ojos, aturdida. Necesité unos cuantos segundos para
darme cuenta de que el pitido que me impedía dormir, era el despertador. Tanteé
la mesilla y lo apagué de un manotazo.
Odiando con toda mi alma el tener que levantarme, me froté los ojos con los
puños y me incorporé en la cama. Me sentía extrañamente incómoda ¿Por qué… seguía
con la ropa de ayer? De repente, mi
cabeza me recordó al chico con el que tuve un encontronazo ayer ¿Habría…
cambiado algo en mí como él afirmaba?
Me levanté de la cama con mayor velocidad de la habitual y
bajé al baño para mirarme al espejo ¿Había algún cambio? Yo seguía viendo a la
misma chica normalucha, con una melena larga y espesa, de un castaño ceniza,
ondulada y despeinada (para variar). Mis ojos seguían siendo azul oscuro, que aun
siendo grandes, ahora yacían entrecerrados a causa de la luz y algo tapados por
el flequillo ladeado. Mi rostro mantenía sus rasgos aniñados, a pesar de que
este año se me habían afilado un poco. La nariz estaba en su sitio y los labios
seguían delgados y ahora se curvaban hacia abajo, en una expresión de “quiero
dormir”. Por lo que podía apreciar, tampoco había crecido ya que mi baja
estatura no parecía sustancialmente cambiada. Vamos, que era yo, pero con cara
de recién levantada.
Abrí el grifo y me lavé la cara ¡Báh, cambios! ¡A saber lo
colgado que iría el tipo ese! Y sin embargo… me dio la sensación de que se
encontraba en su sano juicio. Eso era lo que me hacía dudar… ¡Irene, no seas
idiota! ¡Ese imbécil quiso gastarte una broma, y punto!
Volví a mi habitación, ya “peinada” (simplemente me puse una
diadema y listo) y abrí la ventana, que era un tragaluz, para que se ventilase
el cuarto. Abrí el armario y cogí lo primero que pillé: unos vaqueros, una
camiseta de manga corta lisa y una chaqueta marrón que me daba mucho calorcito.
Me puse las deportivas azules, hice la cama y cogí la mochila.
Bajé a la cocina, y en las escaleras, me encontré a Michin,
nuestro gatito a rayas naranjas y blancas. Me paré unos segundos y le rasqué
detrás de la oreja. Comenzó a ronronear pero tuve que abandonarle. Entré en la
cocina, donde mi madre ya estaba fregando el desayuno.
- Buenos días – dije
con cautela, mientras vertía leche en un vaso.
- Buenos días –
contestó mi madre, con brusquedad. Sonó como esperaba que sonaría. Enfadada –
Tienes que llevar a Nerea al colegio
- Pero… es que no me
da tiempo – dije, a sabiendas de que esta escusa no iba a funcionar, a pesar de
que fuera cierta.
- Recuerda que estás
castigada, así que harás lo que yo te mande – me dirigió una mirada fulminante
y a partir de ahí, sólo abrí la boca para comer una tostada. Que no os parezca
raro que mi hermana de cinco años entre a clase a la misma hora que yo, es que
va a un programa de madrugadores porque a mi madre le es imposible llevarla a
las nueve a clase.
Algún día conseguiré el superpoder de mi madre. Ese de que
con una simple mirada podía hacerte obedecer cualquier cosa que pidiera. No con
gusto se obedece, claro, pero siempre se hace lo que ordena. La verdad es que
tiene un carácter muy fuerte. Puede parecer muy dulce, con esa mirada maternal
que aparece cuando juega con Nerea y toda su figura parece irradiar amabilidad…
pero cuando sube a mi cuarto y ve algo desordenado… eso puede acabar peor que una
Tercera Guerra Mundial. Aunque es cierto que al ejercer de abogada, esta
fiereza es muy necesaria. Sí, mi madre trabaja en un bufete. Y he de advertiros
de que no parece ser tan emocionante como lo pintan en las series. No digo que
mi madre no se enfrente a importantes casos que le hagan cuestionarse su moral,
o incluso su seguridad. Pero desde luego no trae a casa un tío buenorro cada
semana. Y no será porque no es guapa. A pesar de sus cuarenta y pico (son
cuarenta y ocho, pero no le gusta que hablen de ello) mi madre conserva un pelo
fuerte y castaño con apenas canas, sus rasgos todavía no tenían arrugas
marcadas y su figura se mantenía bastante bien, teniendo en cuenta que ha
pasado por dos embarazos. Pero lo que continuaba lleno de vida en ella, eran
sus ojos castaños, tan grandes y voraces.
Salió de la cocina y se despidió de Nerea con un beso y un
“que te lo pases muy bien en el cole”. Cogió la gabardina, me dirigió una
mirada fría y se marchó. Tras el portazo, suspiré con fuerza. Odio las mañanas.
Un maullido de Michin me corroboró que a él tampoco le gustaban mucho.
Apuré el vaso de leche y fui al salón, donde mi hermana
intentaba atarse los cordones.
- Venga Nerea, si no
te das prisa, llegaremos tarde – me senté a su lado y esperé pacientemente a
que se atara los cordones. Se mordía la lengua y este gesto iba a juego con su
carita de concentración.
- Ya casi… - sonreí
al contemplar cómo sus pequeños dedos se enredaban con los cordones.
- ¿Seguro? ¿No
quieres que te ayude? – negó levemente con la cabeza y ello hizo que sus
ricitos dorados se agitaran con gracia. Nerea podía llegar a ser realmente
molesta, como cuando hay que ir a buscarla al colegio o cuando le entra un
berrinche porque no quiere irse a la cama. Pero he de admitir, que es la cosa
más mona del mundo ¡Que conste que si alguien pregunta si he dicho esto, lo
negaré!
- ¡Ya está! – exclamó
con su voz infantil y sus ojos castaños (herencia materna), llenos de emoción.
- Pues en marcha.
Coge la cartera y el almuerzo y nos vamos – fuimos hasta la cocina, Nerea cogió
su bocadillo y el maletín y yo mi mochila de dos toneladas y media.
Le di la mano y salimos de casa. Miré el reloj y supe que
iba a llegar tarde a clase, cinco minutos mínimo. Pero bueno, con un poco de
suerte se retrasaría el profesor.
- No vayas tan rápido,
Ire ¡Que me canso! – se quejó Nerea, mientras seguía mis pasos con algo de
torpeza. Suspiré y aminoré la marcha.
- Perdona –
continuamos atajando por bocacalles hasta llegar al edificio. No era para nada
una megaestructura. El colegio era más bien pequeño, acogedor diría yo. Tiene
dos pisos y las ventanas están decoradas con dibujos, algunos más infantiles
que otros. Una marea de padres con sus hijos se apresuraban a llegar a la
puerta principal y yo, como hermana responsable que soy, acompañé a Nerea hasta
el interior – Pásatelo bien ¿Vale? Aprovecha ahora, que puedes.
- ¡Sí, me lo voy a
pasar en grande! – reí y me arrodillé para besarle en la mejilla sonrosada
- Adiós – me levanté
y antes de que pudiera irme, ya había corrido hasta el aula. Qué demonios ¡Esa
niña era la envidia de preescolar! Siempre riendo y jugando. Podía llegar a ser
agotadora y hasta pesada. Pero me temo que no la cambiaría.
Salí del hall esquivando padres y niños y corrí en dirección
al instituto. Claro, dicho así, suena fácil ¡Incluso prosaico! Pero no, amigos.
Correr con dos toneladas y media de mochila lleva años de experiencia. Bueno,
experiencia en llegar siempre tarde ¡Ese es mi superpoder!
Cuando pensé que mi estómago iba a expulsar el reciente
desayuno, vi a Nick a unos pocos metros delante de mí. Dejé de correr y me
acerqué por detrás a pasos veloces. Calculé bien, me aproximé aún más con
sigilo y enganché mi pie en su pierna derecha. Como era de esperar, ya que mis
zancadillas eran auténticas obras de arte, Nick se tropezó y estuvo a punto de
caer al suelo.
- ¡Buenos días! – vi
dibujada en su cara la expresión de “¿Pero qué mierdas te he hecho yo?”, hasta
que me reconoció y quiso matarme al instante.
- ¡Eres imbécil! –
intentó darme una colleja, pero la esquivé gracias a mis tácticas ninja - ¡Me
podía haber partido la crisma!
- Veo que has captado a la perfección la idea que yo tenía
en mente – le saqué la lengua y me reí, caminando a su lado a una distancia
prudente.
- Me vengaré, un día me vengaré y lamentarás todo esto – me
miró aún visiblemente enfadado. Sabía que eso no era verdad, porque enseguida
se le olvidaría que le había puesto la zancadilla. Nick era así ¿Qué cómo era
Nick exactamente? Pues Nicolás, Nick para los amigos o para los vagos que pasan
de decir su nombre completo, tenía el pelo castaño oscuro ni corto ni largo, la
verdad es que descuidaba bastante este tipo de cosas, como yo. No era lo que se
dice atractivo hasta la médula, pero eso parecía no ser un gran problema ya que
poseía unos ojos verdes que ya se han llevado de calle a más de una. Medía un
palmo más que yo y eso que el verano pasado ambos teníamos la misma altura. Y
todavía teníamos catorce años. Esto se traduce en que pronto me sacará dos
palmos… Odio ser baja. Por lo demás, Nick es un chico bastante normal. Es
divertido, bromea, es tranquilo… no sé muy bien cómo describíroslo porque
necesitaría demasiadas hojas. Es mi mejor amigo, así que tengo ingentes cantidades
de información sobre su persona. Pero creo que para comenzar, esto basta.
Caminamos deprisa e intercambiamos algún comentario sobre la
serie que pusieron anoche.
Cuando miré mi reloj ya eran y treinta y cinco, pero gracias
a dios, ya estábamos pasando por la puerta. Y cuál fue nuestra grata sorpresa
cuando vimos a nuestros compañeros esperando en la puerta del aula a que el
profesor llegara.
- Toma ya, hemos
llegado incluso antes que el profesor ¡Eso se merece un choca esos cinco! –
Nick alzó la mano y yo le choqué los cinco. Porque tenía razón, había sido
digno de una leyenda.
- Sabes que esto no
nos va a volver a pasar ¿No? – Nick alzó la cabeza y caminó con “dignidad”
- Pst, qué sabrás tú
– sonreí y puse los ojos en blanco. Le seguí hasta donde estaban nuestros dos
amigos Silvia y Alex ¿Verdad que suenan bien estos nombres juntos? Pues Nick y
yo llevamos años intentando que esos dos se digan que se gustan, pero siempre
hemos fracasado.
- ¡Qué proeza! ¡Qué
acto digno de un semidiós! ¡Habéis llegado antes que el profesor! – Alex y
Silvia aplaudieron al unísono y Nick y yo hicimos reverencias.
- Gracias, gracias,
si quieren autógrafos hablen con nuestro mánager, es que las agendas de unos
héroes como nosotros están demasiado apretadas – dejé caer con solemnidad
mientras me sentaba en el banco, al lado de Alex.
- ¡Oh! ¡Qué magnífico
privilegio! ¡Su majestad ha tenido la bondad de compartir asiento con un
plebeyo como yo! – apoyé la cabeza en su hombro y cerré los ojos, esperando
poder dormir unos minutitos más.
- No seas tonto. Sé
que te encanta – Alex se acordó de algo que le tenía que decir a Nick y
comenzaron a hablar los tres mientras yo intentaba conciliar el sueño. Este era
mi grupo de amigos. El más cercano, quiero decir. Llevamos juntos desde
primaria y desde entonces somos inseparables.
Silvia era la guapa. Más que nada, porque era más guapa que
yo y sólo somos dos chicas en el grupo. Pero aparte de eso, Silvia tenía una elegancia
natural que la acompañaba siempre y más aún cuando tocaba el cello. Con su
coleta alta y rubia y sus ojos almendrados nunca pasaría desapercibida. Cuando
la conoces más, sabes que en el fondo también le encanta bromear y que es una
chica muy risueña. Con ella había compartido todos mis secretos… bueno, todos
los secretos que se pueden tener con catorce años. Y Alex era el guapo. Pero no
sólo el guapo del grupo. Alex era el guapo de tercero, con su melena brillante
y castaña y sus ojos oscuros. Bueno, no os vayáis a pensar que estoy
perdidamente enamorada de él y por eso os lo describo de esta manera. No, estoy
siendo realista. Y es que Alex tiene loquitas a todas, no sólo por su físico,
sino porque además es un tío simpático ¿Qué más se puede pedir? Pero yo tengo
mi irrefutable teoría de que el destino de Alex no es estar con ninguna
cualquiera, sino con Silvia.
Alex movió el hombro hacia arriba y me hizo levantar la
cabeza de él.
- ¡Te vas a quedar
sopa! – se levantó y siguió al resto, que estaban entrando ya en el aula.
Mierda, había estado a punto de dormirme.
- No quiero entrar… -
dije y después sollocé levemente. Me levanté sin ganas y entré a clase, con
todos los demás, para seguir con la rutina de todos los días.
Eso es, yo seguía con mi rutina. Parezco imbécil haciéndole
caso a cualquier yonki que me para por la calle a las once de la noche. No se
había producido ningún tipo de cambio. Y era mejor así.