martes, 25 de junio de 2013

~ 10 Primeras partes nunca fueron buenas ~

Me había perdido. Genial. Era mi primer día de entrenamiento, eran las ocho de la mañana y no tenía la menor idea de si estaba yendo por el camino correcto hacia la casa de Arian. Sólo yo sé crear tan buenas primeras impresiones. No quería ni imaginar lo que me esperaba si osaba llegar tarde. Pero algo me decía que llegar tarde era mejor que no llegar. Y temí no encontrar la casa. Mucho ¡Con lo grade que era no me explicaba cómo no la veía! Estaba por aquí, en alguna parte. Estaba totalmente segura de que había tomado la dirección correcta. Me iba a meter en un buen lío.
- ¿Irene, te encuentras bien? - me giré velozmente, aún con cara de disgusto pero al ver a Nick, el semblante se me iluminó. Sin embargo no tardé mucho en darme cuenta de que, mierda, era Nick.
- ¡Menos mal! Me he perdido y temí que Arian me hiciese algo por llegar tarde - me acerqué a él. Y la situación comenzó a tensarse. Con disgusto comprobé que ambos nos hallábamos incómodos.
- Es muy triste que te pierdas en una ciudad tan pequeña como esta, lo sabes ¿Verdad? - lo fulminé con la mirada a sabiendas de que me acababa de salvar la vida. Pero no pude evitarlo y exploté.
-  Es muy triste que te guste una chica que se pierde en ciudades pequeñas, lo sabes ¿Verdad? - se enfadó, con razón, y se giró para continuar con su camino - ¡Nick, espera! ¡Era broma! - lo cogí del brazo y se sacudió mi mano de encima.
- Pues no ha tenido ninguna gracia - siguió caminando y corrí a su lado, decidida a acabar con el muro que ahora nos separaba.
- Lo siento, pero ¿No se suponía que olvidaríamos lo que me dijiste y seguiríamos como antes? – siguió ignorándome, aunque pude apreciar algo de culpabilidad en sus ojos - ya sé que no puede ser exactamente igual pero... - sacudí la cabeza, confusa. No sabía cómo manejar la situación, también era incómodo para mí - no quiero acabar con nuestra amistad, aunque te aseguro que si tú quieres acabar con ella, lo entenderé ¡Pero no me fastidies más y decídete! - me miró sin dejar de caminar y volvió a fijar la mirada al frente.
- Ya te lo dije, hagamos como que no pasó nada y ya está...
- ¡Pero no es lo que está sucediendo! No me negarás que tu manera de evitarme no es precisamente actuar como que no pasó nada - me miró ofendido, aunque de manera algo fingida.
- ¡Yo intento comportarme con normalidad!
- Claro, y yo saco sobresalientes - se enfadó de nuevo y puse los ojos en blanco ¿Tan difícil era arreglar todo esto? - ¿Tú quieres que sigamos siendo amigos, o no? Quiero dejar las cosas claras, odio esta situación. Nosotros siempre hemos tenido plena confianza para contarnos todo, así que, contesta con sinceridad, por favor.
Nick se detuvo ante la casa del maestro y suspiró. Comprobé a mi pesar que la enorme casa había estado en frente de mis ojos todo el tiempo. Era increíble el penoso sentido de la orientación que poseía.
- Yo... En realidad no quiero que dejemos de ser amigos...
- ¡¿Pues entonces...?! - hizo un gesto con la mano para hacerme callar
- ¡Déjame acabar! - me mordí la lengua - No quiero que dejemos de ser amigos, pero comprende que no es precisamente fácil volver a como todo era antes, sabiendo que tú… bueno, que tú lo sabes.
 - Entonces, prefieres que… ¿Nos distanciemos, por un tiempo? – me miró y vislumbré una sombra de duda en sus ojos, pero inmediatamente contestó con decisión.
 - No, no quiero. De verdad. Siento haberme comportado así ¿Amigos de nuevo? – sonreí para después caminar hacia la puerta principal de la casa, dejándolo atrás.
 - Pues ahora ya no me apetece – llamé a la puerta y me crucé de brazos, al tiempo que Nick subía los escalones del porche y corría a mi lado.
- Como te odio – nos miramos de reojo, él enfadado y yo con una sonrisita de suficiencia, pero finalmente nos echamos a reír.

La puerta se abrió, dando paso a la amplia sala de entrada y a la figura de la mujer que también abrió la puerta la última vez, tan maternal como la primera vez que la vi.
- Hola Muriel – saludó Nick, recordándome así el nombre de ésta.
- ¡Ya habéis llegado! ¡Justo a tiempo! Arian está a punto de llegar ¡Más vale que corráis! – Nick entró a pasos veloces y yo le seguí - ¿Dónde creéis que vais? – frenamos en seco y yo me sentí un poco bastante aturdida ¿Acaso no nos acababa de apremiarnos a llegar antes que Arian? ¿Por qué demonios…? Nick pareció darse cuenta de algo y se acercó a ella. Muriel yacía con la mejilla expuesta, como esperando algo y Nick le dio un beso en ella, no sin antes poner los ojos en blanco. Aquello me hizo reír, era demasiado cómico - ¡Y tú también, jovencita! – me acerqué a Muriel y le di otro beso en la mejilla.
Nos achuchó a ambos unos instantes entre sus brazos y luego nos empujó apresuradamente hacia la escalera. Decidí que esa mujer me caía muy bien.
 - ¡Buena suerte en vuestro primer día! – subimos las escaleras rápidamente y entré detrás de Nick a la sala donde también habíamos entrado la otra vez.

Se me hizo un nudo en la garganta al ver de nuevo a toda esa gente desconocida de la cual apenas podía recordar sus nombres. Cierto que parecían todas bastante amables, pero no podía eludir la sensación de incomodidad que me decía que yo no encajaba en aquel grupo ya formado.
- ¡Manu, Me debes cinco euros! – gritó el hermano mellizo ¿Cómo se llamaba? Sólo recordaba que se me había presentado en plan James Bond.
- ¡Mierda! ¡Nick, podías haber llegado un poco más tarde! – exclamó Manu, con cara de fastidio
- Gracias por depositar tanta confianza en mí, Manu
Todos yacían sentados en el suelo, con cara de adormilados. Ahora que los veía a todos por segunda vez, pude prestar más atención a sus rasgos. Y ya de paso, intenté recordar los nombres de todos. Aunque tal vez debería actuar como Arian y llamarles por su número. Seguro que así me era más fácil acordarme.
- ¡Diez segundos! – una vocecilla dijo aquello y como si de unas palabras mágicas se trataran, todos se levantaron a una velocidad supersónica y se colocaron en una fila. Les miré alucinando y ellos me miraron a mí. Entonces noté cómo mi rostro se ruborizaba. No sabía qué hacer.
- ¡Irene, colócate! - Nick me indicó con la cabeza que me posicionara en la fila y comprendí, que como número nueve que ahora era, debía posicionarme en penúltimo lugar. Corrí a mi sitio, justo a tiempo para que el Maestro hiciera presencia en la sala.
Volvió a invadirme la sensación de autoridad que ese hombre desprendía. Era como una especie de aura que arrastraba consigo e impedía hacer cualquier cosa que él no ordenase. Daba mucho respeto. Y miedo. Sobretodo miedo.
- Buenos días, alumnos. Bien, como primer día, necesitaré analizar el nivel que posee cada uno de ustedes - genial, una evaluación individual. Es justo lo que necesitaba para calmar los nervios - A pesar de que sus respectivos maestros han hecho lo que ha estado en sus manos para iniciar vuestra instrucción de la mejor manera posible, no dudo de que algunos de ustedes me van a dar algún que otro quebradero de cabeza - por alguna extraña razón, me pregunté si aquello me lo estaba diciendo exclusivamente a mi - Bien, formad un círculo.
A una velocidad asombrosa, todos acataron las órdenes de Arian. Estas cosas no suelen pasarme en clase. Iba a pasarlo mal, lo presentía.
- Saldrán a luchar por parejas, cuando yo lo ordene. Lucharán las parejas que yo ordene.La lucha comenzará y terminará cuando yo lo ordene. Supongo que ninguno de ustedes osará desobedecerme. - esto era una advertencia (o amenaza, según se mire) en modo indirecta muy directa - Número dos y número tres, colóquense en el centro.
El chico que acababa de perder la apuesta, Manu y el hermano mellizo dieron un paso al frente. Ambos se miraron con desafío y sonrisas burlonas. Los dos estaban convencidos de que iban a vencer y estaban dispuestos a pegar una paliza  al contrario. Por sus miradas cómplices de "te voy a matar" intuí que ésta era sólo una de muchas luchas que han tenido lugar entre ellos dos.
- Posiciones - se colocaron en posición defensiva, desafiantes - pueden comenzar a luchar.
Una milésima de segundo después ambos corrían al encuentro del otro. El mellizo detuvo una patada de Manu con el antebrazo, pero éste no perdió el tiempo e intentó pegarle esta vez con el puño. El mellizo frenó también ese ataque y respondió con un certero golpe en el costado de Manu. Sus movimientos eran rápidos y precisos. Ambos parecían adivinar el siguiente ataque del contrario y estaban muy igualados y por supuesto, eran mucho mejores de lo que yo podría aspirar. Estaba alucinando en colores y no pude borrar mi mueca de asombro. Aquella pelea me hizo preguntarme cuánto se habría contenido conmigo Rodrigo durante los entrenamientos. Ahora podía imaginar que mucho. Aunque nunca se lo diría, se lo agradecía. 
Después de unos cinco minutos de intensa lucha, en la que ninguno de los dos parecía haber sacado ventaja sobre el otro, Arian hizo un gesto con el brazo, cortando el aire de izquierda a derecha para detener la pelea.
 - Suficiente, pueden detenerse – Manu y el mellizo se separaron y se escrutaron el uno al otro mientras respiraban con brío a causa del esfuerzo. Parecían frustrados al no haber conseguido victoria alguna – vuelvan a sus posiciones – el inexpugnable rostro de Arian no dejaba adivinar si estaba satisfecho con la pelea, o si por el contrario le había resultado de bajo nivel. Tampoco parecía dispuesto a comentarnos sus observaciones. Aunque no me habría servido de mucho, podría haber adivinado si mi nivel era sólo pésimo o si necesitaba una escala mucho inferior para designar mi manera de luchar. 

Cuando Manu y el mellizo se colocaron de nuevo en su sitio, Arian escudriñó nuestros rostros, uno a uno. Evité el contacto visual por encima de todo, al menos en clase, funcionaba. 
 - Número nueve y número uno, colóquense en el centro – alcé la vista, aterrada y me encontré con sus fríos ojos azules. Primero, maldije la estrategia tan “genial” que había decidido usar. Después, tragué saliva e intenté no mearme en los pantalones. No estaba preparada para hacer el ridículo extremo delante de toda esa gente a la que apenas conocía y la cual sabía perfectamente cómo luchar. Aquello iba a ser un perfecto desastre. Esto me lo confirmó la chica rubia que ya se había colocado con decisión en el centro del círculo y contra la que tenía que luchar. Genial - ¡Número nueve! – me sobresalté y me di cuenta de que aún seguía paralizada en el círculo. Con pasos apresurados me coloqué en frente de la chica. 
Su cara de desafío y de burla no mejoró mucho mi situación. Sabía que la chica, si estaba en su mano, no iba a permitir que saliera ilesa de ésta. Creo que la hubiera insultado de todas las formas posibles en mi mente, si no hubiera estado demasiado concentrada en pensar: ¿Y cómo narices se lucha? Las pocas clases que había tomado con Rodrigo parecían haberse esfumado de mi memoria y dudaba de que fuese capaz siquiera de colocarme en posición defensiva. 
 - Posiciones – la risa de la chica rubia se ensanchó aún más y se colocó en posición defensiva. La imité, sintiéndome estúpida y preparada para los puñetazos que iba a recibir – pueden comenzar a luchar – antes de cualquier reacción por mi parte, la chica ya se encontraba a mi altura y casi me disloca el hombro de un puñetazo. Pero conseguí esquivarlo a tiempo, tirándome al suelo. Atacó de nuevo con gran velocidad y con una patada pudo haberme mandado a la otra punta de la habitación, sin embargo, sorprendentemente conseguí esquivar ese golpe también. Después de varios intentos por su parte de estampar mi cara en el suelo, me harté y sin saber muy bien cómo conseguí estirar la pierna y arrastrarla por el suelo, de manera que la chica tuvo que apartarse para no tropezar. En ese tiempo conseguí levantarme y prepararme mentalmente para seguir defendiéndome, e incluso atacar. La chica no tardó en volver y conseguí detener sus golpes con mis antebrazos. Esquivé una patada pero a pesar de que vi por el rabillo del ojo su puño, no conseguí apartarme a tiempo y recibí un golpe en el estómago. Me encogí a causa del dolor inesperado y me golpeó con el codo en la espalda. Caí al suelo y a duras penas pude aguantar las lágrimas de rabia e impotencia. Antes de que la chica diera el golpe de gracia, le di un golpe detrás de las rodillas y comprobé, alucinada, que ella caía al suelo. Aunque ello tampoco supuso muy buena noticia porque aprovechó la caída para darme un rodillazo en el pecho. Aquello detuvo mi respiración durante unos instantes eternos. Se quedó con la rodilla encima de mí y colocó su antebrazo en mi cuello – Suficiente, pueden detenerse – la chica antes de separarse de mí arqueó una ceja y se rió en mi cara, con burla. Mi cara roja de ira y vergüenza debió de resultarle más deliciosa que la victoria en sí. Porque vamos, tanto regodeo no era necesario – vuelvan a sus posiciones – vi cómo volvía a su lugar, con esa sonrisa burlona y esos aires de suficiencia. También vi que era el maldito centro de atención porque no había hecho ademán de levantarme. Me puse de pies y volví resignada a mi sitio, sintiendo una fuerte presión que me oprimía el pecho, no sólo por el rodillazo de la chica. Agaché la cabeza y miré al suelo, consciente de que mi flequillo ocultaba mi rostro. Mejor, porque no me apetecía demasiado que vieran mi cara de impotencia y de ganas de llorar. 

Los siguientes en luchar fueron la chica pequeña y Remy, el chico francés. He de confesar que no presté mucha a tención a la pelea ya que estaba demasiado ocupada intentando controlar mis emociones. Pero no se me pasó por alto que Remy había estado conteniéndose conmigo mucho aquel día que luchamos. Tampoco dejé de fascinarme ante la velocidad y la pericia de los movimientos de la pequeña. Estaba en clara ventaja sobre Remy. Y si el maestro no hubiera detenido la pelea, estoy segura de que ella habría ganado. 

Después, cuando ya había conseguido dominarme más o menos, les tocó el turno a la chica elegante, la mayor y a Nick. También pude descubrir que Nick se había contenido conmigo, pero que esta vez, era la chica la que se estaba conteniendo con él. Me sorprendió verla luchando, cuando en realidad sólo me la imaginaba tomándose un té con pastas y un vestido mono. Pero tras verla dando puñetazos y patadas, anoté mentalmente que nunca debia tratar de ofenderla. Por si las moscas.

Y los últimos en pelear fueron el chico tan achuchable y pálido con la melliza. Ambos parecían muy igualados y por si os lo preguntabais, si, también ambos eran mejores que yo. A pesar de la apariencia frágil del chico, paraba con decisión los golpes de ella y no dudaba en atacar. 
Sin lugar a dudas, yo era la peor de todos ellos. 

 - Bien, por hoy es suficiente. Ya me he hecho una idea de lo que cada uno de ustedes es capaz de hacer. No duden de que daré parte a sus respectivos maestros sobre su nivel y les explicaré detalladamente lo que cada uno necesita reforzar. El próximo día, comenzaremos repasando los movimientos de ataque básicos, así como los de defensa – se escucharon un par de resoplidos. Pues no sé a cuento de qué, porque yo necesitaba, y mucho, repasar – más adelante les enseñaré a usar palos, cuchillos y muchos otros tipos de armas. Pero primero deberán dominar el arte de la lucha cuerpo a cuerpo, cosa que ninguno cumple. 
 - Maestro ¿Cuándo nos enseñará a matar? – aquella pregunta me desconcertó con creces, aunque parecí la única a la que esto le sonaba demasiado excesivo y ello me sorprendió aún más ¡No quería matar a nadie! Arian tampoco pareció contento con la pregunta de Manu.
- Yo no estoy aquí para enseñaros a degollar personas, numero tres – respondió, con un deje de ira en la voz – yo voy a enseñarles a defenderse de sus enemigos. Voy a enseñarles el arte de la lucha y de la constancia. Yo voy a enseñarles disciplina, entrega, determinación, compañerismo, conocimientos, piedad, orgullo y valor. Yo no voy a enseñarles a matar personas ¿Me han entendido? Mi cometido aquí es ayudarles a combatir los ataques del enemigo y a cómo preservar sus vidas por encima de todo. Que una persona muera, a pesar de que se trate de un enemigo no debe ser nunca la primera opción. La vida es muy valiosa como para jugar con la de los demás ¿Comprendido? – aquel discurso, que he de reconocer que había conseguido moralizarme, también consiguió acallar la pavonería de Manu. 
 - Sí, señor.  Perdón – Arian volvió a examinarnos uno a uno y salió del círculo, dirigiéndose a una puerta que estaba en el lado opuesto a aquella por la que habíamos entrado nosotros.
 - Pueden retirarse – a pesar de sus palabras, todos esperamos a que saliera de la puerta, para abandonar el círculo y salir por la puerta. 

Ya en la calle, algunos se fueron y otros se quedaron a hablar un rato a las puertas de la casa. Uno de los que se quedaron fue Nick, el cual me detuvo antes de que pudiera irme a mi casa. 
 - ¿Quieres que te acompañe a casa?
 - No, no, déjalo. Creo que soy capaz de ir yo sola. Quédate a hablar con tus amigos – puso una sonrisilla de suficiencia.
 - ¿Seguro que podrás? ¿Y si te encuentras con Mónica por el camino? ¿Qué harás? – le fulminé con la mirada y tomé otra nota mental. La chica rubia se llamaba Mónica.
 - Recibir tu apoyo moral es siempre un placer, pero creo que podré prescindir de él – me giré, fingiendo enfado y me fui. No podía aguantar más tiempo delante de todos aquellos desconocidos que ahora conocían mi pésima coordinación y mi pésima forma de luchar. 

Caminé muy rápido, deseosa de escapar de allí y llegar a mi casa, donde todo era conocido. Necesitaba sentirme segura después de lo ocurrido. 
Entré en casa y mi madre y Nerea estaban en la cocina, preparándose el desayuno. El delicioso olor a tostadas recién hechas alivió un poco el nudo en la garganta que me acompañaba desde que había salido de casa. Michín asomó la cabeza por la puerta de la cocina y corrió a restregarse por mis pantalones con su dulce ronroneo.
 - ¿Dónde has estado, Irene?
 - He ido a dar una vuelta. Como me desperté temprano y ya no podía volver a dormirme, decidí ir a dar un paseo. 
 - Bueno, sube a cambiarte y ven a desayunar – acaté sus órdenes y subí a mi cuarto. 
Una vez allí, dejé caer todo mi peso sobre la cama. Estaba tremendamente agotada. Y eso que no había hecho casi nada. Estuve a punto de romper a llorar a causa de toda la tensión que había estado aguantando. Me dije que esto era imposible, que yo no estaba hecha para esto. Que no era un dragón. Me había rendido. No quería volver a ningún entrenamiento ni volver a ver las caras de ninguno de mis compañeros. No quería volver a pasar por esto una y otra vez.
Pero entonces me vino a la cabeza lo último que nos había dicho Arian: “Voy a enseñarles el arte de la lucha y de la constancia. Yo voy a enseñarles disciplina, entrega, determinación, compañerismo, conocimientos, piedad, orgullo y valor... “  Entonces cambié de opinión. De alguna manera, algo comenzó a arder en mi interior, que deseaba todo eso que Arian iba a enseñarnos. De repente, ansiaba ser uno de ellos. De repente, ansiaba convertirme en un dragón. En uno de los mejores.