Bajé corriendo las escaleras de mi habitación, me había
quedado dormida y mi madre no se había dignado a despertarme ¿Cómo no? no era
la primera vez que lo hacía y si algo había aprendido con la experiencia de
toda una vida era que tampoco iba a ser la última.
Entré en la cocina y apuré un vaso de leche sin siquiera
permitirme el lujo de sentarme a la mesa para beberlo.Ya eran las 8:15 y si
quería llegar a tiempo a clase tenía quince minutos para arreglarme y correr al
instituto, hecho que últimamente se repetía constantemente. Debería
distanciarme un poco de Nick, ese chico tiene un don para la tardanza, al
parecer se me estaba pegando su parsimonia.
Corrí al baño para arreglarme, pero eso parecía ser misión
imposible esta mañana. Tenía unas increíbles ojeras que más bien parecían ser
dos moratones en mis ojos, estaba completamente pálida y de mi pelo mejor ni
hablamos. Me dispuse a peinarme pero me detuve antes de que el peine siquiera
hubiera rozado mi pelo. ¡Tenía un mechón blanco en mi cabeza!
No sabía ni cómo ni cuándo había aparecido, ni siquiera por
qué lo había hecho. Lo único que sí sabía era que tenía un mechón blanco en mi
pelo y que si mi madre lo veía me iba a matar. Abrí el grifo apresuradamente y
froté con fuerza y, para qué mentirnos, con angustia el mechón, pero el color
no parecía desaparecer por más que yo lo frotara.
Me até una coleta en un vano intento de disimularlo, pero al
parecer el mechón procedía de la nuca y el recogerme el pelo lo hacía incluso
más visible si cabe. Deshice la coleta e intenté cubrir el mechón con el resto
del pelo deseando con toda mi alma que fuera suficiente para que pasara
desapercibido.
Una vez sorteado el problema del mechón me apuré a mi habitación
para coger mi mochila y entonces, la inspiración pareció alcanzarme de súbito. Me
giré bruscamente. Encima de la mesita de noche ví la tarjeta que me había dado
el chico del callejón la semana pasada y casi podía oírle repetir dentro de mi
cabeza: “cuando notes los cambios llámame”. No tenía ni idea de a qué cambios
se refería pero, si la memoria no me falla, ese chico tenía el pelo blanco.
Marqué el número que aparecía en la tarjeta y llamé no sin
antes pensármelo varias veces. No le conocía de nada ¿Y si era un chiflado o un
asesino? También podría estar gastándome una broma y me convertiría en su
hazmerreír durante años. Otra posibilidad era que me estuviera diciendo la
verdad, y ¿Entonces qué? ¿Qué me estaba pasando?
Aparté todos estos pensamientos de mi mente y me concentré
en el pitido del móvil, cógelo, cógelo…
-¿Si?- contestó con un tono adormilado.
-Soy… Irene- dije con toda la determinación que pude
aparentar en ese momento.
-Más te vale que sea importante, porque te juro que como me
hayas despertado para nada, te arranco la cabeza – esa contestación sí que no
me la esperaba. Me sentí tentada a colgar el teléfono inmediatamente, pero si
por el mero hecho de haberle llamado ya me quería arrancar la cabeza, no quería
saber qué me haría si encima le cuelgo.
-No sé muy bien a qué cambios te referías el otro día pero,
si el hecho de que el pelo se me esté volviendo blanco es uno de ellos, creo
que los estoy experimentando.
-Uff, está bien, supongo que al final yo tenía razón. ¿Dónde
vives?, te iré a buscar.
-Claro, le voy a decir a alguien a quien no conozco de nada
mi dirección. ¿Quieres también una copia de las llaves?- A lo mejor estaba
cavando mi propia tumba, pero siento la imperiosa necesidad de contestar de una
forma sarcástica ante semejantes comentarios.
-Tienes razón, de todas maneras ya sé de sobra dónde vives,
tan sólo lo preguntaba por educación.- separé el teléfono de mi oreja y lo miré
con terror. Definitivamente había cavado mi propia tumba- Espérame ahí,
enseguida voy.
Bajé al portal a esperarle y frené el impulso de salir
corriendo. Si de verdad sabía dónde vivía al menos esperaba que no supiera el
piso correcto.
Me senté en las escaleras a esperar su llegada pero no
pasaron ni cinco minutos hasta que su cara asomó por el cristal de la puerta.
Salí del portal aún con el miedo en el cuerpo y esperando
que de verdad no estuviera chiflado.
-Hola- dijo sin un ápice de emoción en su voz.
-Hola.
Me acerqué un poco a él y le mostré el mechón.
-¿Por qué no caminamos un rato?- dijo poniéndose en marcha
sin esperar mi respuesta -Tengo mucho de lo que hablarte ¿Por dónde empiezo?-
pareció reflexionar por un momento- Ah, sí, eres un “dragón”.
Me quedé perpleja por unos instantes. Mi cara era digna de
un poema ¿Cómo se supone que debería responder una persona ante este tipo de
situación? Intenté contener con todas mis fuerzas la risa, pero lamentándolo
mucho esta situación podía conmigo.
-Deja de reírte y ven conmigo, te contaré todo y tú misma juzgarás
después qué creer y qué no. Y en el caso de que no me creas tendrás tiempo para
comprobar la verdad después.
Aceleré el paso y me puse a su altura, al menos una de mis
dudas ya estaba resuelta, estaba como una puñetera cabra.
El chico, que al parecer sí que se llamaba Rodrigo, me contó
lo que él definió como “nuestra historia”. Supuestamente venimos de un gran
linaje de “personas” que hace eones de años aparecieron en este mundo como
mediadores entre los humanos y los dragones.
Me contó también que, según las leyendas que hay acerca de
nuestra especie, hace tiempo la tierra estaba poblada por criaturas ahora
inimaginables. Y uno de esos seres eran los dragones, a los cuales no les
agradaban especialmente los humanos, por lo que decidieron empezar a darles
caza como especie inferior que eran. Entre todo el caos que había en esa época
surgieron nuestros antepasados como mediadores entre ambas especies y fueron
alabados por los humanos como dioses.
Pero según Rodrigo esto eran sólo leyendas, puesto que
nuestro origen es desconocido y nunca ha habido indicios de la existencia de
dragones como tal. De lo que sí decía estar seguro es de la existencia de más
razas de “dragones” con los cuales tenemos ciertas rencillas. Os pongo en
situación: Rodrigo y yo pertenecíamos a la raza de los dragones de montaña, es
decir, somos blancos. Y luego están los dragones de los lagos, que son negros.
Y entre nosotros nos odiamos. A muerte, por lo visto. Pero la cosa no acaba
ahí. También están los dragones de plata
que son la raza suprema. Me explico; ellos nos odian a muerte a ambos y nos
consideran basura ya que ellos son la raza origen.
Llegué a casa aún aturdida y sin saber qué pensar de todo lo
que me acababa de contar Rodrigo. Pensareis que soy estúpida por el mero hecho
de tan siquiera replantearme que podría llegar a ser cierto lo que me había
contado. Pero era la única explicación que había recibido por ahora sobre el
hecho de que de un día para otro me aparezca un extraño mechón blanco en la
cabeza ¿Debería de sentirme afortunada por haberme encontrado a Rodrigo? ¿Aún
cuando podía ser un violador en potencia? ¿Aún cuando ni siquiera debería de
confiar en él? ¿Qué estaba pasando? ¡Me voy a volver loca! Bueno, eso si no lo
estoy ya…