sábado, 11 de mayo de 2013

~5 ¿Qué le he hecho yo al mundo para que me odie tanto?~


Me lancé al suelo justo a tiempo para evitar el impacto de un puñetazo. En estos momentos parecía el ser más patético del mundo, y de hecho seguramente lo fuera. Me levanté lo más rápido que pude, pero resultó no ser suficiente por lo que esta vez recibí el golpe de lleno.
-Si no te mueves más deprisa vas a acabar muy mal- Dijo Rodrigo, supuestamente dispuesto a enseñarme cómo luchar, aunque para qué engañarnos, estoy segura de que disfruta humillándome, y si en su humillación puede provocarme moratones y alguna que otra torcedura lo disfruta aún más. Por si os lo estáis preguntando, estábamos en pleno monte alejados de cualquier persona dispuesta a ayudarme en caso de que a Rodrigo se le cruzara algún cable y decidiera matarme por puro placer personal.
Masajeé un poco mi hombro, que era donde había recibido el puñetazo, y lo moví para asegurarme de que no me lo hubiera dislocado.
-Eres un bestia, se supone que tienes que enseñarme a luchar, no matarme- Me levanté con la poca fuerza que me quedaba y me arrastré a un árbol para sentarme un poco a la sombra.
 -Todavía no hemos terminado- Rodrigo se acercó hasta el árbol en el que me había sentado y me lanzó una botella de agua- Descansa un poco y continuamos.
-¿No podemos parar ya?- Normalmente me gusta el ejercicio, pero… ¿Cómo decirlo?, esto NO es ejercicio, básicamente es tortura. La diferencia entre la fuerza de Rodrigo y la mía es abismal.
Os preguntaréis cómo narices he llegado yo, una delicada y dulce chica (no me lo creo ni yo), a una situación como esta. Bien, la respuesta es muy sencilla. Rodrigo es un sádico y un sociópata que desde que nos conocemos parece disfrutar maltratándome. Su última ocurrencia es “entrenarme” en la lucha cuerpo a cuerpo por si me topo con alguno de nuestros queridos hermanos dragoniles que me quieran matar, aunque yo insisto en que con mis técnicas de lucha actuales es más que suficiente. En cuanto me vieran pelear la risa que les provocaría sería tal que tendría el tiempo suficiente como para huir e ir a buscar ayuda. Por desgracia para mí Rodrigo había insistido en que, a pesar de mis muy avanzadas tácticas de despiste, debía entrenar con él por si me topo con alguien sin sentido del humor. Así que aquí estoy yo, envuelta en moratones y sin un ápice de fuerza en mi cuerpo. Al menos Rodrigo había tenido la amabilidad de no darme ni un solo golpe en la cara, aunque sospecho que es más para cubrirse sus propias espaldas que para no desfigurarme la cara.
-Sólo llevamos una hora, no seas vaga y levántate- Me agarró de un brazo y tiró de mi para levantarme, muy a mi pesar.
-Es la primera vez que lucho y, asumámoslo, no estoy en muy buena forma- Puse en práctica lo que yo denominaba la “táctica Silvia” (poner carilla de pena y esperar a que la otra persona ceda ante tus exigencias), no sabía si iba a funcionar pero a Silvia siempre le funciona, y por probar…
-Precisamente por eso-Mierda,  que envidia me da Silvia, a ella siempre le funcionan estas cosas.
-Está bien, está bien…buff.
Llevábamos desde el mediodía en el monte practicando patadas, puñetazos, inmovilizaciones y una interminable lista más de golpes y tácticas que no me salían. Lo más triste no es que no supiera dar ni un mero puñetazo sin hacerme más daño yo del que provoco, sino que Rodrigo llevaba todo el día usándome a mí como maniquí para los ejemplos y ya no aguantaba más.
Me levanté dispuesta a continuar recibiendo golpes, pero esta vez Rodrigo me sorprendió. En el tiempo en que yo había estado vagueando había traído desde su coche una especie de esterilla acolchada.
-Dime que es para tumbarse- Dije sacando a mi yo más vago.
-Ya te gustaría- Rodrigo se acercó a un árbol y enrolló la esterilla en el tronco.- Vas a practicar tus patadas y puñetazos golpeando este árbol- El muy cabrón parece disfrutar de lo lindo viéndome sufrir.
Le miré extrañada sin saber bien si reírme porque es una broma, o llorar porque lo dice en serio.
-Me estás… ¿vacilando?- La verdad es que con Rodrigo nunca se puede saber hasta qué limite habla en serio y en cual empieza a tomarte el pelo, aunque normalmente siempre me toma el pelo.
-No, empieza. Mientras yo te vigilaré, para que no vaguees, justo ahí. Sentado. A la sombra- Definitivamente disfruta torturándome.
Comencé a practicar mis puñetazos, con Rodrigo es mejor hacer lo que te dice, tristemente hoy había comprendido que no tendría ningún reparo en golpearme si no le hacía caso. Aunque si miro el lado bueno a lo mejor de verdad me servía de algo este entrenamiento y en un futuro le puedo devolver todo lo que ha hecho “por mí”. Di un primer puñetazo al tronco pero fue más que suficiente para comprobar que era un árbol la mar de robusto. Me llevé mi mano dolorida a la boca y pude escuchar cómo Rodrigo se reía de mí a mis espaldas.
-¿De qué te ríes?- Había hablado con un tono más borde del que había pretendido en un principio, pero casi que mejor, porque así a lo mejor dejaba de reírse de mí un rato.
-De ti- Señaló al suelo y seguí la dirección de su dedo. En el suelo, justo en frente de mí había una especie de guantes acolchados parecidos a los que usan los boxeadores para que me protegiera las manos de los golpes. ¿En serio cuesta tanto avisarme antes de que me rompa la mano?
Me puse los guantes de mala gana y esta vez sí que comencé a dar puñetazos como una autentica loca al árbol. Ahora por fin comprendo por qué dicen que ayuda liberar la frustración.

No sé el tiempo que pasé entrenando antes de que Rodrigo me dijera que ya era suficiente por hoy y que podía parar, pero se me había hecho eterno.
Los guantes me habían protegido muy bien las manos, pero aun así tenía enrojecidos los nudillos y me dolía mucho abrir y cerrar los puños.
Rodrigo se ofreció a llevarme a casa en su coche, aunque tampoco veía otra manera de regresar que no fuera esa o andando, y andar en estos momentos era lo que menos me apetecía, así que acepté su amable oferta y monte sin pensármelo dos veces en su coche. Vete tú a saber qué iba a ser de mí si llega a cambiar de idea. A lo mejor sigo aquí mañana.
-Que bien, ahora tenemos un rato para hablar- Un escalofrío recorrió toda mi columna vertebral. Cuando Rodrigo quiere hablar nada bueno llega después.
-Ya decía yo que no podías ser tan amable de un modo desinteresado.
-¡Qué bien me conoces!- Puso el coche en marcha, ahora ya no tenía escapatoria, aunque no creas que tenía muchas ganas de intentar huir ahora mismo.
-¿Qué es lo que me quieres contar?- No me gusta andarme por las ramas, así que si me lo iba a acabar diciendo tarde o temprano prefería que fuera más bien temprano.
-Tranquila, no es nada malo. Tengo una gran noticia para ti- Por el tono que había usado algo en mi interior me decía que tan grande no iba a ser para mí- En unas pocas semanas conocerás a Arian.
-¡No puede ser! ¡¿En serio?!- Puse un gran énfasis en mi voz y pude ver cómo Rodrigo pensaba en descuartizarme lenta y dolorosamente. No tenía ni idea de quien narices era Arian, es más, ¿Se supone que debería saberlo?
-Antes de continuar te advertiré que esa clase de comentarios no deberías realizarlos ante él, yo te los permito porque soy buena persona- Uy sí, precisamente en eso estaba pensando yo- pero Arian ya habría encontrado alguna forma de hacerte pagar por esa clase de comportamiento. Así que ahora cállate y escucha.

Lo que Rodrigo me había contado era la segunda mejor historia que me habían contado en toda mi vida. Por supuesto primero va la historia de dragones que me contó el mes pasado.
Al parecer ese tal Arian era uno de los dragones de plata y por algún extraño motivo gracias a Dios está de nuestra parte, lo cual es un gran honor para nosotros como seres inferiores que somos. No sólo está de nuestra parte, sino que está dispuesto a entrenarnos para que aprendamos cómo luchar y defendernos de sus semejantes, lo cual a mí personalmente no me hace ni gracia, con Rodrigo tengo suficiente. Rodrigo entrenó con él hace ya años, y al parecer es realmente bueno como maestro, sobre todo teniendo en cuenta que Rodrigo se ha estado “conteniendo” hoy conmigo.
Supongo que el hecho de entrenar con un dragón de plata como maestro ha de ser un gran honor, así que fingiré un poco de alegría e intentaré no hacerle enfadar mucho, no quiero que su ira caiga sobre mí.

Llegué a casa más agotada de lo que había estado en toda mi vida. Me tumbé en el sofá dispuesta a tomarme una de las mayores siestas que una persona se pueda llegar a tomar sin que le consideren en coma, pero mi madre se adelantó a mis planes e irrumpió mi letargo con su insoportable voz chillona.
-¡¿Se puede saber qué narices te has hecho en el pelo?!
Se me había olvidado por completo. Esta mañana me había decolorado completamente el pelo. SI, ya lo sé, no me queda precisamente bien. Pero, el hecho de ir cada día con un nuevo mechón de pelo blanco sin motivo aparente quedaba un poco sospechoso, por lo que he decidido acabar con el problema de raíz, nunca mejor dicho, y teñirme el pelo de blanco completamente.
El problema en estos momentos era cómo evitar que mi madre me matara por no haberle pedido permiso para decolorarme el  pelo, aunque si lo hubiera hecho no me habría dejado.
-Me he decolorado el pelo- Vi mi muerte reflejada en los ojos de mi madre- Antes de que me digas que me lo quite y que soy muy pequeña para hacerme esto en el pelo has de saber que ahora todo el mundo se tiñe el pelo y a todos les dejan.
-A mí me da igual lo que hagan el resto de personas- Imaginaba que iba a decir eso, pero tenía que intentarlo- Que sepas que estás castigada. ¡Castigadísima! ¡Y más te vale que la gente no me venga diciendo que cómo te permito salir con esas pintas porque te rapo el pelo!- Avisaré a la gente de que no le digan nada, porque es capaz de raparme el pelo de verdad, aunque eso no solucionaría el problema, simplemente lo cambiaría.
Por lo menos no había sido tanta la bronca que me había echado, hoy debía de estar feliz o me habría rapado directamente en vez de darme una advertencia.
-A mí me gusta- Me giré y vi a mi dulce hermanita junto al sofá. Nerea es la única que puede quitarme el cabreo tan fácilmente cuando mi madre me riñe.
Le di un beso en la frente y subí a mí habitación a tomarme la siesta que me había auto prometido, por fin un poco de tranquilidad.