viernes, 17 de mayo de 2013

~ 6 ¡Yo también sé guardar secretos! ~


"Querida Isabel:
Siento haber tardado tanto en contestar, pero me ha sido completamente imposible haberte enviado una carta antes. Así que te suplico por favor, no me mates.

No estoy seguro aún de si podré volver pronto. Ya sé, ya sé, harás que me arrepienta de esta decisión con una de tus miradas de reproche tan efectivas. Pero te prometo que no lo hago por gusto. Sabes que lo último que quiero es disgustaros, pero tendrás que permitirme protegeros algo más. Al menos de esta manera.
Sigo sin encontrar nada. Al parecer el hombre que me facilitó la información anterior, ha desaparecido sin dejar rastro. Soy incapaz de encontrarle de nuevo. Supongo que tendré que empezar de cero, como de costumbre.

¿Qué tal están Irene y Nerea? Las hecho mucho de menos. Cada día tengo que aguantarme la tentación de verlas, aunque sea unos instantes. Cuando vi la foto que me mandaste, no me lo podía creer. Habían crecido tanto... Espero que no te den mucha guerra. Siendo hijas tuyas y mías, seguro que si. Te prometo que pronto te ayudaré a lidiar con todo. No sabes cuantas ganas tengo de que llegue ese momento.
¿Qué tal tú? Ya sé que sigues igual de guapa, me refería a qué tal en casa y en el trabajo. Prométeme que no te vas a volver a quedar  hasta tarde todos los días, porque entonces me obligarás a hablar con tu jefe y no creo que eso os agrade a ninguno de los dos.

Cuídate mucho.
      Te quiere, Andrés"

Levanté la vista de la hoja y parpadeé varias veces. Miré la fecha. Hacia tan sólo cinco días que había sido escrita esta carta. Y por lo que aquí ponía, era una de muchas otras cartas. Mi padre y mi madre se habían estado carteando durante, por lo que imaginaba, un largo tiempo. Y a mi madre no se le había siquiera pasado por la cabeza que tal vez me hubiera gustado saberlo.
De repente, la rabia me subió a la garganta. Apreté la mandíbula con fuerza. Al parecer, a ninguno de los dos le importaba mi opinión al respecto. Y parecía que la cosa no iba a cambiar.
Pero otro sentimiento se encontró con la rabia. Alivio. Mi padre estaba vivo. Por fin podía saber con certeza que no murió, que sólo huyó ¿De qué? Ni idea. Entonces me asaltó el recuerdo de mi padre. He de admitir que su rostro estaba bastante difuso, pero podía ver con claridad su pelo blanco ¡Blanco! !¿Cómo no vi antes la relación?! Estaba tan absorta en decidir si creerme la historia de Rodrigo que se me pasó por completo pensar que mi padre también tenía el pelo blanco. Mi padre era uno de ellos... Vamos, de los nuestros.

- ¡Irene! ¿Lo encuentras? - volví a la realidad de golpe y me vi en el dormitorio de mi madre, enfrente del escritorio, sosteniendo la carta que había encontrado en el cajón abierto.
- ¡Creo que si, ya voy! - dejé la carta donde la encontré y cerré el cajón. Cogí la carpeta azul que había venido a buscar y fui hasta el salón.
- ¿Cómo has tardado tanto? - dijo, casi sin mirarme, para prestar atención a las hojas de la carpeta.
- No estaba en el primer cajón - la miré pretendiendo que no se me notara el enfado y se me pasó por la cabeza, que tal vez mi madre podía saber a qué venía mi cambio de color del pelo. Y me enfadé aún más, porque en vez de hablar de ello, me había reñido - oye mamá ¿Hechas de menos a papá?
Me miró con cara de sorpresa
- ¿A qué viene eso ahora? - pude ver un brillo de nostalgia en sus ojos. Pero nada que delatara culpabilidad. Vamos, que si no le gustaba ocultarme que se hablaba con mi padre, lo disimula muy bien.
- No, nada. Es que he visto la foto del escritorio y... No sé. Sólo era una pregunta
- Claro que le hecho de menos - puso una media sonrisa algo triste. Pero me daba igual ¡No me iba a ganar con pucheritos! - ¿Y tú? - esta vez fui yo la sorprendida ¿Cómo conseguía mi madre salirse siempre con la suya?
- Pues... Si - el enfado desapareció unos instantes y me entraron ganas de llorar. El enfado volvió y aún tenía ganas de llorar ¡Irene, contrólate!
- Algún día volverá, te lo prometo
- ¿Cómo estás segura de eso? ¿Y si ha muerto? ¿Y si murió hace mucho? ¿Y si ya no le importamos y está en otro lugar con una familia diferente? - suspiró sin borrar la sonrisa triste de su rostro. Esperé casi sin respirar su contestación ¿Me contaría la verdad?
- Irene, tienes que confiar en mí. Y en tu padre. Él nunca nos abandonaría de esa manera...
-!¿Ah, no?! !¿Y entonces, si está vivo, por qué no viene a buscarnos?!
- No lo sé. Pero yo confío en él - tuvo el valor para decirme aquella mentira sin dar señal alguna de que le dolía mentirme ¿Con que esas tenemos?
- Lo que tú digas- me marché del salón con los ojos vidriosos y la mandíbula apretada. Mi madre me llamó, pero la ignoré. No quería seguir hablando de eso.

Subí a mi cuarto y cogí el abrigo. Bajé y salí de casa con un generoso portazo. Sabía que todo esto tendría consecuencias después, pero no podía aguantar encerrada en casa. Necesitaba despejarme, ordenar mis ideas y con un poco de suerte, olvidarme de todo.
Caminé sin rumbo con la cabeza en otra parte. Me era imposible evitar todos los sentimientos encontrados que me invadían. Me sentía engañada, contenta, furiosa, aliviada.

La última vez que vi a mi padre fue hace seis años. Volvíamos a casa del colegio. Jugábamos al escondite y esa vez, me escondí demasiado bien.
Me quedé muy quieta de cuclillas, detrás de una esquina. Recuerdo que respiraba emocionada porque había conseguido engañar a mi padre. Entonces se me acercó un chico, que a mi me parecía muy mayor, pero que ahora sé que no tendría más de veinte años "¿Te ocurre algo, pequeña?" Me dijo aquello con un tono amable y yo siempre fui muy confiada "No, es que estoy jugando al escondite ¡No puedo dejar que me encuentre!" "!Yo puedo ayudarte! Pero a cambio, necesito que me digas una cosa" sonreí ampliamente, muy emocionada "¿El qué? ¡Te diré lo que sea!" Sólo pensaba en ganar a mi padre y después ver su cara de orgullo. Sólo quería eso. "Tienes que decirme dónde vives, porque ¡Imagínate que te pierdes! Así podré llevarte a casa por si acaso" "¡Yo no me voy a perder! Pero te lo diré de todas formas porque... Me vas a ayudar ¿No?" El chico asintió, sonriente. En ese momento pensé que era la sonrisa más amable del mundo. Ahora sabía que en realidad fue un gesto burlón. Había conseguido lo que quería, de una manera tan fácil...

Le dije dónde vivíamos y recuerdo que me ayudó a esconderme en un portal. Aguanté allí un cuarto de hora, regocijándome en mi buena suerte, hasta que apareció mi padre con una tremenda cara de preocupación que se tornó en alivio al verme. "¡Irene! ¡No vuelvas a alejarte tanto¡ ¿Y si te hubiera pasado algo?" Reí y fui a abrazarlo "¡Te he ganado, te he ganado! ¡Y por eso estás tan enfadado!" "Vale, reconozco que esta vez me has ganado, pero la próxima vez, no vale alejarse tanto ¿De acuerdo?" Y entonces la vi. Su cara de orgullo y me sentí muy feliz. No le mencioné nada acerca del chico que me había "ayudado" porque ya me había olvidado de él. Y ahora que lo pienso, tal vez eso le habría salvado.

Aquella noche me fui a la cama pronto. Recuerdo muchos detalles de aquella noche. Probablemente la mayoría estén distorsionados, pero en mi cabeza seguía pareciéndome muy real. Había un gran silencio. Ni siquiera Nerea lloraba. Podía oír a mis padres hablando en el salón y recuerdo que aquello me reconfortaba cada noche.
Estaba a punto de dormirme cuando oí un fuerte ruido, de la puerta tal vez. Me levanté rápidamente de la cama y Nerea comenzó a llorar "¿Mamá?" Murmuré aquello, muy asustada. Pero el miedo creció cuando oí más golpes y voces de gente que no conocía "¿Papá?" Esta vez lo dije más alto. Me armé de valor y avancé para girar el pomo. Entreabrí la puerta y lo primero que vi fue el chico que me había ayudado a ganar al escondite, tumbado en el suelo, con sangre. Alcé la vista y mi madre entró corriendo en la habitación de Nerea "¿Niñas? ¿Estáis bien?" Desde el cuarto de Nerea volvió a gritar. Era la primera vez que veía a mi madre gritando de desesperación "¿¡Irene¡?" "¡Estoy bien, mamá!" Vi la puerta principal abierta y corrí hasta la ventana, por la cual me asomé. Y entonces le vi corriendo y dos hombres le perseguían y Nerea seguía llorando y quise salir a la calle y correr a ayudar a mi padre y pegar una paliza a los que querían hacerle daño y... Y no hice nada de eso. Me quedé allí, llorando, gritando "¡Papá!" como una niña idiota. Porque no era más que eso, una niña idiota. Una niña idiota que llevó a los asesinos directamente hacia su padre, sólo para ganar al escondite.

Después de esto nos mudamos de casa, aunque no de ciudad. Después de esto, cambió mi forma de ver el mundo. Aunque por aquel entonces no entendiera realmente cómo cambió mi visión del mundo. Simplemente dejé de confiar en la gente, ya ninguna sonrisa amable me parecía real. En mi cabeza todo el mundo conspiraba para matar a mi madre o a mi hermana y me volví muy hosca. Con el tiempo, dejé de pensar así. Pero nunca he dejado de desconfiar realmente. Como tampoco he dejado de sentirme culpable.
Nunca he hablado esto con nadie. Ni siquiera con Silvia, ni si quiera con mi madre. No podría. Me pondría a llorar y ya no podría parar. Como aquella noche, que pensé que no podría parar de llorar. Ni siquiera sabía por qué. Pero no podía parar.

Espero que ahora se comprenda un poco mejor porqué me había enfadado tanto con mi madre. Llevaba todos estos años pensando que había cavado la tumba de mi padre, pero resulta que estaba vivo. Y mi madre se lo había callado. Bueno, ambos se lo habían callado.
Entonces pensé en cómo sería volver a verlo. Vergüenza. Eso es justamente lo que sentiría al verle. A lo mejor no me han dicho nada porque está enfadado conmigo. Porque le defraudé. Yo en su lugar, tampoco me perdonaría.

Le pegué una patada al suelo y varias lágrimas corrieron por mis mejillas. Me las limpié a una velocidad supersónica. No me gusta llorar. Y mucho menos que me vean llorar. Entonces me choqué contra alguien.
- Mira por dónde vas - dije bruscamente. No me apetecía ser amable. Alcé la vista para fulminar con la mirada al idiota que se había interpuesto en mi camino, cuando vi una cara conocida.
- Pero si eres tú la que iba mirando al suelo, borde
- Bueno, pero tú podías haberte apartado - Ángel sonrió con sarcasmo
- Eres una persona muy educada ¿Lo sabías? - me daba exactamente igual. Sólo quería que me dejara en paz.
- No eres el primero que se da cuenta- dije, continuando con mi tono brusco.
- La verdad es que no eres precisamente sutil - lo miré, enfadada y su sonrisa disminuyó un poco - ¿Estás bien?
- Perfectamente. Nunca me he encontrado mejor - respondí esto, aún sabiendo que me habrían delatado los ojos llorosos - ¿A ti qué más te da?
- No te lo tomes a mal, pero realmente me da igual. Sólo he preguntado para añadir a este encuentro un poco de educación
- Pues a mí la educación me importa aún menos de lo que a ti te importa el qué me pasa - di un paso para marcharme, pero habló de nuevo y giré la cabeza.
- Venga, ahora en serio ¿No estarás llorando porque vas a suicidarte, verdad? - lo miré con un gesto de extrañeza y sin poder evitarlo, solté una carcajada.
- ¿A suicidarme? ¿Tan mal aspecto tengo?
- ¿Honestamente? - arqueé las cejas y asentí - Si - reímos
- ¿Nunca te han dicho que no se debe decir a una chica que es fea? - le dije burlona, recuperando un poco la compostura.
- Yo no he dicho que seas fea, sólo he señalado que no tienes un aspecto precisamente alegre - dijo, encogiéndose de hombros ¿Cómo es que seguía aquí? ¿Por qué no me iba? Hace unos segundos lo único que quería era estar sola.
- Entonces debo interpretar eso como que soy... ¿Guapa? - al decir aquello puso una expresión dando a entender que no era exactamente lo que pensaba.
- A ver, tampoco he dicho eso. Coincidirás conmigo en que precisamente guapa guapa... No eres - pues los brazos en jarras, arqueé una ceja y lo miré entre enfadada y sorprendida.
- Vaya, gracias, eso es justo lo que necesitaba oír para tirarme definitivamente por un puente - rió y una sonrisa acabó por asomarse en mis labios.
- Vamos mujer, no le hagas eso a tu madre. Imagínate que todavía no ha contratado ningún seguro de vida ¡Tu muerte sólo le darían gastos! - me llamó la atención que no dijera "no le hagas eso a tus padres" ¿Alex había hablado a Ángel de que no tenía padre?
Me olvidé de esto al recordar que me encontraba así por culpa de mis padres y sus secretitos.
- No me importaría. Así por lo menos podría vengarme.
- ¿Vengarte? ¿Te ibas a tirar por un puente porque tu mami no te ha hecho hoy el almuerzo?
- ¡Por cosas más insignificantes he visto yo quejarse a mi madre de mí! - volvió a reír y ello me reconfortó. Por alguna extraña razón, eso me ayudaba a calmarme.
- Dale una oportunidad, verás como no lo vuelve a hacer - sabía que decía aquello en broma, pero me hizo pensar en si tal vez debería darle una oportunidad. Debería perdonarla y contarle todo lo de los dragones y hablarle de que echaba de menos a papá y de que estaba ahí para lo que ella necesitara. Pero no podía.
- El hombre es el único animal que se tropieza con la misma piedra, con lo cual, descuida, que volverá a olvidarse de mi almuerzo
- ¿Entonces tendré que vigilarte para que no te vayas suicidando por ahí? Porque no me apetece lo más mínimo - le saqué la lengua y me crucé de brazos
- Creo que soy mayorcita para saber cuándo suicidarme y cuándo no.
- ¿Mayorcita? Tienes catorce años - contestó, burlón.
- Los suficientes - negó con la cabeza a la par que se reía.
- Bueno, si tan "mayorcita" eres, supongo que podré dejarte sola ¿No? - me encogí de hombros
- Supongo que podrás.
- En ese caso, llego tarde. Así que... Nos vemos - levantó la mano en señal de despedida.
- O a lo mejor no
- Si te suicidas, espero que te despidas antes, por favor.
- Esto es mi despedida. Nos vemos. Pero en la otra vida, claro - sonreí, ya sin rastro de la hosquedad con que había comenzado la conversación.
- Guárdame un sitio - comenzó a caminar y yo también, en direcciones opuestas.
- ¡En el infierno!
- ¡No esperaba un sitio mejor! - me giré definitivamente y una risita se me escapó.

Ya no tenía los ojos llorosos ni el nudo en la garganta. Ya no estaba tan enfada y podía ver las cosas con algo más de claridad. Incluso recordé lo que había dicho Ángel de darle una oportunidad a mi madre y me puse en su lugar. No debía de ser fácil aguantar todo por lo que mi madre había pasado y yo se lo pagaba así. No iba a contarle lo de que yo era un dragón. No por ahora. Pero a partir de ahora dejaría de comportarme de una manera tan infantil e intentaría ayudarla y comprenderla. Se lo debía.